Después de aprender las vocales y saber escribir nuestro nombre, el siguiente reto apenas a los escasos cuatro años es conocer los números, parece tareas sencilla, solo son diez números en principio, pero no todo para ahí, después nos enteramos que se pueden combinar de formas infinitas cuando apenas sabemos contar hasta cien, que se pueden adicionar unos a otros (en sumas) o extraerlos (en restas), que existen formas más rápidas de hacer estas operaciones, y nos topamos con la primer gran reto de la infancia, las terribles tablas de multiplicar, por alguna razón cuesta bastante aprenderlas, quizá por el método rudimentario que se sigue preservando hasta este siglo, rudimentario pero eficaz, pues no se ha demostrado que la repetición no sea un buen método de aprendizaje, como dicen "La práctica hace al maestro", pero ser un maestro de las tablas de multiplicar no te garantiza el éxito en las matemáticas; pasamos unos años puliendo nuestras habilidades matemáticas hasta el punto que podemos hacer operaciones mentales; cuando de pronto cuando perece haber terminado el martirio matemático no enconctramos con algo nuevo, los números ahora son letras, sí el algebra ,el enemigo de muchos tanto que desde este momento dices odiarlas, te resultan difíciles o quizá imposibles, y eso no es lo más terrible de todo, cada año en un aula, no importa el profesor de matemáticas de enfrente, todos repiten la misma frase, "El algebra es la base de todo" y no es que estén equivocados pero recordemos que el algebra tambien tiene una base, entonces el proble quizá no esta en el algebra misma si no en las bases deficientes que acarreamos desde siempre.